jueves, 17 de febrero de 2011

EL SALVADOR Los neomachistas Julia Evelyn Martínez CONTRAPUNTO

VIERNES, 11 FEBRERO 2011  

Julia Evelyn Martínez (*)



SAN SALVADOR - Los neomachistas vienen en diferentes tallas, pesos, colores e ideologías. Se les encuentra por todos lados y a toda hora: en los templos católicos y en las iglesias protestantes; en las plazas públicas y en los programas de entrevistas; en las aulas  y en los partidos políticos; en los sindicatos y  en el Gobierno; en facebook y en twitter. Todos tienen en común su preocupación por adaptarse a los nuevos tiempos y a los nuevos discursos de la igualdad de género, pero asegurándose que la esencia de la sociedad patriarcal quede intacta. Como dice Miguel Llorente: representan una forma de dominación menos ruidosa pero que al igual que el viejo machismo, atenta contra la igualdad.


Los neomachistas le temen a ser señalados públicamente como acosadores,  golpeadores de mujeres o espectros de la Edad Media. Se sienten cómodos con un discurso que reconoce formalmente la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, pero se oponen a cualquier medida de acción afirmativa que se impulse para avanzar en la vigencia sustantiva de dicha igualdad. Si se promueven mayores castigos para los feminicidios, dirán que es una discriminación para las víctimas de homicidios; si se promueven cuotas de participación política para las mujeres, advertirán que es un insulto para las mujeres capaces; si se promueve el uso de un lenguaje inclusivo para las mujeres, reaccionarán diciendo que esto a lo que nos lleva es a la anarquía en el idioma y que así como van las cosas vamos a terminar hablando del PIB y de la PIBA.


Los neomachistas ejercen todas las profesiones y ocupaciones. Pueden ser  abogados, psicólogos, economistas, entrevistadores, columnistas, diputados, jueces, fiscales, policías, ministros, analistas, docentes, empresarios, médicos, periodistas, presentadores, comediantes, militares, rectores, sacerdotes o  pastores.


Una de sus marcas distintivas es que suelen ser los primeros en reaccionar cuando las mujeres tratan de reivindicar sus derechos, utilizando la conocida estrategia del “sí, pero no”. Admiten sin problema que todavía existe discriminación y violencia contra las mujeres, y que hay machistas busadores  que merecen un castigo, PERO a continuación aclaran que estos casos son la  excepción y no la regla, y que por tanto la manera correcta de abordar estos problemas no debe ser actuando sobre lo general sino sobre lo particular.


Les asustan las mujeres bravas (en los términos descritos por Héctor Abad) y prefieren a las mujeres sumisas. Por eso, desprecian a los personajes públicos  que ejercen violencia contra las mujeres  débiles y hogareñas, pero festejan a  otros personajes que utilizan su poder para descalifica a las mujeres que reclaman derechos a toda voz. A estas mujeres, los neomachistas están prestos a recordarles su inferioridad, a burlarse de ellas y de sus luchas y sobre todo, a menospreciar sus avances.


A los neomachistas los quiere la izquierda y la derecha, el centro y la orilla. Todo político o funcionario quisiera tener a su servicio a un neomachista lúcido que le permitiera oponerse al avance de los derechos de las mujeres, mientras es  aplaudido por sus discursos de defensa de la igualdad de género.


Los neomachistas encarnan el rostro renovado de la misoginia: denuncian que las mujeres se están aprovechando de las leyes y de las instituciones que las protegen para ejercer violencia y discriminación contra los hombres, que son ellas las principales responsables del machismo, y que las cosas en el país y en el mundo estarían mejor si las mujeres tuvieran más libertad para estar con sus familias y menos libertinaje para dedicarse al feminismo.


Son los primeros en levantar sospechas sobre las mujeres que denuncian acoso sexual, al insinuar que a lo mejor ellas lo buscaron, o que hacen estas denuncias  como una forma de justificar su incapacidad en el trabajo, o que en el peor de los casos, se trata de mujeres con un cuadro de esquizofrenia paranoica.


No obstante, la taxonomía de los neomachistas está aún en proceso de construcción, podemos preliminarmente sugerir las siguientes categorías básicas, que por supuesto admiten la posibilidad de combinaciones entre sí:


El neomachista ilustrado: Conoce ampliamente la literatura existente sobre la teoría de género y sobre los instrumentos internacionales y nacionales que promueven los derechos de las mujeres, y utiliza estos conocimientos a su conveniencia (o a la de quien lo contrata) para “hablar mucho para no hacer nada”, en lo que se refiere a discriminación y violencia hacia las mujeres. Este tipo de neomachista ha logrado dominar el difícil arte de ser reconocido por su compromiso con la igualdad de género, al mismo tiempo que socava con sus propuestas las condiciones institucionales y políticas que permitirían avances reales en la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Es difícil identificarlos a primera vista por el camuflaje de sensibilidad de género y de corrección política que han aprendido a utilizar; pero, a medida que se les trata, se hacen evidentes por su fobia al feminismo (y a las feministas) y por frases inconfundibles, tales como “debemos pasar de las políticas para promover el avance de las mujeres a políticas inclusivas para mujeres y hombres”.


El neomachista confesional: Repudia la existencia de injusticias y de violencias contra las mujeres y se adhiere a cualquier iniciativa para erradicar estos males, siempre y cuando estén enmarcadas en los fundamentos y dogmas de la religión que profesa. Se ubican en esta clasificación la mayoría (aunque no todos) los que militan en movimientos integristas o neointegristas (como la renovación carismática y el Opus Dei) o en ciertas sectas evangélicas, cuyas creencias les inspiran a apoyar aquellas reformas a favor de las mujeres que estén en correspondencia con las virtudes femeninas exaltadas en sus textos sagrados y a rechazar aquellas otras reformas que pongan en cuestionamiento “la desigualdad natural” de las mujeres establecida en esos mismos escritos.


El neomachista de derecha: Orienta sus propuestas para la equidad de género en el fortalecimiento de la familia tradicional y del rol de la maternidad de las mujeres. Este tipo de neomachsimo no se atreve a reconocer explícitamente la superioridad de los hombres y la inferioridad de las mujeres, pero actúa guiado implícitamente por esta doble convicción. Es el tipo de político que sostiene que sería importante que una mujer sea presidenta del país pero que a continuación aclara que “lamentablemente el pueblo no está preparado para este avance” o que sostiene que “las mujeres son más inteligentes que los hombres y por eso prefieren enfocarse en cuidar el fundamento de la sociedad, es decir a la familia, y no andar perdiendo el tiempo en la política”. En su versión internacional el neomachista  de derecha lo representa el ex- Presidente colombiano Alvaro Uribe al reclamarle públicamente a Hugo Chávez en la cumbre de Cancún: “SEA VARON Y QUÉDESE A DISCUTIR DE FRENTE”, y en su versión criolla, el también ex- Presidente Tony Saca prometiéndole a las mujeres salvadoreñas “que nunca más estarán solas”.


El neomachista de izquierda: Justifica la lucha por los derechos de las mujeres como una lucha legítima y necesaria de los pueblos, siempre y cuando ésta  tenga lugar en el marco de la construcción de la sociedad socialista y exclusivamente en este marco. Considera que las mujeres en la lucha por sus derechos deben ser símbolo de unidad y nunca motivo de divisionismo que pueda beneficiar al enemigo (imperialismo, oligarquía, transnacionales, etc).  Este tipo de neomachismo no tiene problemas con asumir actitudes o comportamientos machistas en determinados momentos, porque como contrapartida, pone en marcha medidas de equidad de género para aumentar la  presencia de mujeres en la política y/o para mejorar su situación económica y social. En su versión ligth este tipo de neomachista se identifica con Evo  Morales o con Hugo Chávez y en su versión extrema con Daniel Ortega. Un momento memorable del neomachismo de izquierda es la juramentación realizada por el Presidente Hugo Chávez de las integrantes del Frente Bicentenario de Mujeres el 8 de marzo de 2010, a quienes instó a “desmontar el capitalismo y a PARIR, CRIAR, AMAMANTAR y fortalecer el único camino a la salvación de la patria, que es el socialismo bolivariano feminista”.


El neomachista locuaz: Su rasgo distintivo es su tendencia a la impostura política resultante de su falta de ilustración sobre los temas relativos a la discriminación y a la violencia de género, combinada con su alta propensión a hablar demasiado o a comentar públicamente con ligereza dichos temas. La figura de culto de este tipo de neomachsimo es Silvio Berlusconni, afirmando sin desenfado alguno en la campaña electoral de 2008 que “la izquierda no tiene gusto, ni siquiera cuando se trata de mujeres. Nuestras candidatas son más hermosas.”, y más recientemente, la figura de Joseph Ackermann, Presidente del Deutche Bank,  quien en medio del debate suscitado en Alemania en torno a la propuesta de cuotas mínimas de participación de mujeres en los directorios de empresas,  comentó que “no hay ninguna mujer en el Comité Directivo del Deutche Bank, pero espero que un día u otro la dirección será más bonita y con más colorido gracias a la integración de mujeres”.


Gran parte del éxito de los neomachistas es que no suelen actuar solos; al lado, a las espaldas o al frente de los grandes o pequeños neomachistas suelen, por lo general, estar un grupo de mujeres que consciente o inconscientemente también sirven a la causa del patriarcado en esta nueva etapa de su desarrollo. Algunas de estas mujeres realizan una defensa activa de neomachismo mientras que otras optan por hacerlo de forma pasiva o encubierta


En el primer grupo destaca la Primera Dama de Nicaragua, Doña Rosario Murillo, quien en la página oficial de la Presidencia de la República mantiene colgado un texto denominado “La conexión feminista y las guerras de baja intensidad” en el cual hace una exaltada denuncia del complot feminista imperialista que existe en su país para hacer la contrarrevolución al gobierno de su esposo, y en el cual se lee : “En su perturbado afán de destrucción política y de desintegración familiar, a las afanadoras de las oligarquías no las detiene nada (….) Este activismo político y cultural, pro-europeo y norteamericano, se disfraza de feminismo, viste ropa de mujer, pero no conoce, nunca ha conocido, la sensibilidad del corazón de la mujer. Su lenguaje es visceral y vengativo, propio del egoísmo y la egolatría, que caracteriza al capitalismo profundo (…)  No tienen lazos familiares o afectivos estables; desdeñan esos dichosos y benditos vínculos del cariño incondicional, indispensables para el desarrollo humano (….) En los procesos revolucionarios y progresistas de América Latina, las mujeres hemos venido conquistando espacios de poder. Hemos asumido nuestras verdaderas demandas de justicia y equidad, trabajando con alma por una práctica política, económica y social, que nos incorpore en nuestra diversidad cultural, y en nuestra libertad esencial (….) No toleran que tengamos y defendamos nuestra idiosincrasia, valores y costumbres, que son precisamente, los que a través de la historia han permitido a la Humanidad, amar, compartir, multiplicarnos, soñar y trabajar por una Sociedad mejor (….) Pediremos por ellas. El amor es más fuerte que el odio. Pediremos por su satisfacción personal. Pediremos para que pasen de la frustración que las asfixia y desquicia, a la paz mental; y pediremos para que esa calma las lleve a reconocer el Bien, e incorporarlo a sus Vidas”.


En el segundo grupo se encuentran mujeres como la Diputada Carmen Flores, del partido MAS (Movimiento al Socialismo en Bolivia), que de manera condescendiente reconoce que “sería negar una realidad no aceptar que el machismo se siente en el MAS, pero es parte de nuestra cultura. Sin embargo, es destacable que el Presidente Evo Morales tenga mucha confianza en el trabajo de las mujeres y él cree que debemos tener espacios. Yo personalmente no he conocido a otro hombre que sea tan equitativo como él. En todas las reuniones que tenemos siempre trata de ser la voz de las mujeres y exige y recomienda que los parlamentarios tomen en cuenta nuestra posición. Las mujeres siempre vamos a tener trabas pero depende mucho del trabajo personal, de cada una, evitar que nos quedemos rezagadas”.


En conclusión, es tiempo de caer en la cuenta que el patriarcado está mudando de piel y que han aparecido nuevos machismos; en consecuencia, se necesitan mayores y renovados feminismos.


(*) Catedrática y columnista de ContraPunto





EL SALVADOR Así aprendimos a ser hombres FORO

PRESENTACION

El trabajo de género pasa además por lo personal
Mueve y remueve formas de pensar, sentimientos, recuerdos y experiencias
Alvaro Campos Guadamuz

La reimpresión de las Pautas para facilitadores de talleres de Masculinidad en América Central tiene para el Foro Permanente de Estudios sobre Masculinidades, FPEM, diversos significados simbólicos, en primer lugar es la realización práctica del lema del Foro "Sumando y Multiplicando Esfuerzos por la Equidad de Género" a través de retomar el trabajo del Maestro Alvaro Campos Guadamuz, resultado del esfuerzo del distintas organizaciones y de hombres participantes en talleres de masculinidad en la región, entre las que destaca el Instituto Costarricense de Masculinidad, Pareja y Sexualidad, Wem; y en segundo lugar, es un reconocimiento a la propuesta metodológica de Wem y Campos Guadamuz, coherente con la sistematización propia del Foro Permanente: "Construyendo correlación para la equidad de género en el ámbito local" que con una visión de proceso resume su propuesta en el planteamiento "Desde la reflexión personal a la organización social para la incidencia política".


La propuesta de las Pautas, es un relevamiento de la importancia de la apropiación de la teoría para el trabajo práctico con hombres. Desde la perspectiva del Foro, la finalidad ulterior socialmente importante del trabajo con hombres y desde los hombres es el logro de la equidad de género incluyendo en la misma, la erradicación de la violencia basada en género. Cualquier otra iniciativa podrá ser de masculinidades, pero tendrá otros fines y destinatarios, de ahí la importancia de la conjugación de la teoría con la práctica. La teoría por sí misma no causa perjuicios ni beneficios; lo que no conduce a nada es la excesiva teorización desvinculada de la práctica, tanto como el activismo que desprecie la teoría. Por ello la importancia de la apropiación de la teoría de género en el trabajo de masculinidades.


Más allá de los significados simbólicos señalados, estos volúmenes tienen como valor propio el abordar conceptos centrales de la teoría de la masculinidad. Responde a preguntas fundamentales y deja planteadas importantes reflexiones que nuestras sociedades deben realizar.


La publicación que ahora tienen en sus manos es el resultado tangible de buenas prácticas de cooperación entre entidades de la sociedad civil y la cooperación internacional que se realiza dentro del proyecto "Fortalecimiento nacional para reducir la violencia de género" en el que se enfatiza la importancia de la participación de los hombres en la prevención de la violencia basada en género, en el marco del apoyo recibido del Fondo de Población de las Unidas, UNFPA, cuyo impacto se materializa en herramientas que llegan directamente a las manos de las y los beneficiarios.


Con estas líneas dejamos en sus manos este valioso material y nuestros mejores deseos porque las reflexiones y preguntas que les genere se conviertan en una motivación adicional para el involucramiento de hombres y niños en la equidad de género.

Foro Permanente de Estudios sobre Masculinidades

San Salvador, Diciembre de 2010

martes, 2 de noviembre de 2010

Varones al son de la migración: migración internacional y masculinidades de Veracruz a Chicago Zamudio Grave, P.

Migraciones internacionales
versión impresa ISSN 1665-8906
Migr. Inter v.5 n.3 México ene./jun. 2010


Reseñas bibliográficas



Varones al son de la migración: Migración internacional y masculinidades de Veracruz a Chicago



Patricia Zamudio Grave



Carolina Rosas, 2008, México, El Colegio de México



Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Golfo. Dirección electrónica: patzam28@yahoo.com.



This book concerns the way in which international migration participates in the transformation of masculinities in a rural community in the central region of Veracruz, through the exploration of three mandates of masculinity: provision, control over women, and courage. Its main purpose is to investigate how constructions of masculinity—that govern and lead men in society, according to Bourdieu—are reaffirmed or questioned by the migratory process: the ways in which males confront these dispositions, the degree to which they comply with them, the ways they use to defy or exchange them for others, and the consequences of doing this.

Why does Rosas employ the plural term: masculinities? Because, as she explains, there is neither a unique way of being a man that is socially legitimate, nor is there a sole array of expectations to which to respond in order to be considered one; the diversity of expectations will depend upon factors such as social class, age, context, marital status, family arrangements, or place in the life cycle, among others. However, there is usually a hegemonic conception of masculinity that demands that males be strong, capable, trustworthy, and in control. In times of crisis, however, there can be a lack of correlation between what is desirable and what is possible: the agricultural production crisis in El Cardal, Veracruz, currently presents males with the necessity of searching for alternative ways to fulfill their obligations. International migration affords them with the possibility of both responding to the demands imposed upon them and, at the same time, of questioning the very elements that define their masculinity.

The book explains the methodological design that guided the research: this was a qualitative study that takes men as its unit of analysis, complemented by aggregate data that provides us with the context required to understand the process better. Chapter one presents the theoretical approach, clearly explaining the advantage of exploring masculinities by means of the three aforementioned mandates to break down the analysis and to be able to observe the details of the dynamics involved. Chapter Two provides the context within which the Cardaleños are acting: recurrent crises of coffee and sugar cane production accompanied by a relative absence of the state, and emerging international migration in Veracruz. Chapters three, four, and five analyze each mandate, giving a voice to the protagonists—men and women—and interweaving the argument in a vivid and respectful fashion.

The first mandate explored is that of provision. According to Pedro, one of the author's informants, being a provider means that a man accepts his responsibility to supply everything that his wife and children need. However, during the last few years Pedro had to look for alternatives to fulfill his duty:

The situation forced me to go to the other side. Yes, because I like to work, I am a hardworking man. But I do my best here, and [I do not get much]. If you put forth your best effort and you cannot get more, you should look for a place where you do your best effort but get more (p. 107).

Working hard and providing for the family is a basic part of a man's self esteem. Rural labor is hard and poorly compensated. Thus, many make the decision to cross the border and to demand some dignity for themselves with better payment and, as they go, they achieve their economic goals. Admiration is another reward for this, because migrants in the U.S. know that others speak of them with respect, and this makes them feel good.

Another mandate that Rosas explores is control over women. Even if the male is the best provider, the judgment that others have of him also depends on his partner. He needs her to obey his instructions and to behave properly:

Migration debilitates the mandate of control over women; that is, it weakens the capacity to impose masculine desires over feminine ones, as well as the strategies deployed to check on the women's behavior (p. 143).

International migration means distance and prolonged absence, and creates a space for women to breathe in another way, perhaps more freely, but also more ambiguously. They receive remittances and must administrate these; they can spend the money for their children's support. However, many decisions remain in the hands of the men; for example, decisions on house construction, buying a plot of land, or using money for savings. In any case, some women se desmandan, that is, they challenge the authority of their husbands and utilize part of the money in the ways they consider best.

A main concern of both is related to fidelity. Both men and women wish that their partners would remain faithful, but know that distance affords opportunities for the opposite. Accordingly, both display strategies of control over each other. Ideologies of gender provide social "understanding" for the males' unfaith–fulness—"men have their [sexual] needs"—but condemn women's breaking of their vows. To protect the union, relatives are willing to act as watchmen to avoid "temptations" for women. As for themselves, women also implement certain strategies of control over migrant men, fomenting competition among them to "keep them busy and avoid bad thoughts."

The third mandate of masculinity is courage. International migration can be a very propitious terrain for displaying this: crossing the desert is an exceptional situation that shows a male's valor. In addition, arriving at his destination, procuring employment, and experiencing the suffering due to the absence of his loved ones are occasions to show courage by persevering, by working hard, and by sending money to their families.

One feature of the courage of the Cardaleños pertains to coherence between discourse and actions, particularly with regard to migration. It is not considered proper for a man to "announce" his migration and to back out later. Thus, it is better to maintain the decision a secret and to implement it when the right time arrives. Interestingly, expressing pain or profound feelings of sadness or fear, even with tears, does not invalidate the condition of being courageous. Bidding good–bye to his wife and children, knowing that they will not see each other for a long time, is a very strong experience that renders crying legitimate, but not in front of others, only in solitude.

Rosas shows that behind the competition among males to carry out each of the mandates, there are elements of care and of love. Behind the strategies of control there is not only an interest in vouchsafing masculine authority and virility, but there are also loving interests of protection by those who are perceived as vulnerable as well as the conviction to safeguard the conjugal bond. Behind the mandate of provision, there is also love: its purpose is to build a better life for the family and, each time the man sends his family money, his concern for his love ones is reaffirmed and his commitment to ensure that they have a better future is re–established.

All of these experiences contribute to the reconfiguration of masculinities in El Cardal. Migrants and their wives, their relatives, and other members of their communities are using the migration experience as a way of both reaffirming its mandates and, at the same time, exploring different ways to comply with or, even, challenge, these. Transgressions also form part of the reconfiguration of masculinities:

divergences and areas of conflict highlight the possibilities for social action to make the conditioning elements of gender more flexible. Migration makes possible a process of the relative transformation of some masculine ideas and practices, which [...] have shown notable effects in the lives of the actors (p. 258).

There is a type of transgression exhibited in the analysis, one that contrasts the migrants with los arrepentidos (those who retreat from migrating). While migrants are proud of their success in confronting the dangers of crossing the border without documents, the remaining males justify their repentance by appealing to other mandates, mainly that of the responsibility of provision; in the words of Norberto, "fear has always saved lives" (p. 243).

The author wishes to ensure that we do not get the idea that Cardaleños are prisoners of masculinity and completely conditioned by their gender. Periods of crisis, of change, evidence the framework in which social action is woven; these also provide opportunities for actors to reorient the path or way. International migration affords them opportunities to do precisely this. Cardaleños, migrants and non–migrants, women and men, single or united, from uptown and from downtown, old and young, can decide to act the role that the gender script demands from them in different ways, in an attempt to deceive the mandate or to construct new mandates, for their incorporation into their universe of possibilities, into their habitus, other ways of being males or females that are less confining.

Varones al son de la migración shows that, beyond the urgency of men to demonstrate that they are that—men—their experience with migration, directly or indirectly, is opening possibilities that were unthinkable before. It will be these males, in their infinite comings and goings between what is desirable and what is possible, who will decide to dance to the son (music) that others play, or to take up the baton and conduct the dance.



Información sobre autor(a)

PATRICIA ZAMUDIO GRAVE es doctora en sociología por Northwestern University. Actualmente es profesora–investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS, Golfo), miembro del Consejo Directivo de la Red Internacional de Migración y Desarrollo y del Foro Migraciones. Tiene experiencia en la investigación de los temas de migración, ciudadanía y desarrollo humano, con métodos cualitativos, cuantitativos y participativos. En México, Estados Unidos y otros países de América Latina colabora con organizaciones de la sociedad civil que promueven los derechos humanos y el bienestar de los migrantes y sus familias y comunidades. Su libro, Rancheros en Chicago: Vida y conciencia en una historia de migrantes, ha sido recientemente publicado por Porrúa y la Universidad Autónoma de Zacatecas.


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jueves, 28 de octubre de 2010

Los hombres en el feminismo Traducción de José María Espada Calpe del libro de Imelda Whelehan "Modern feminist thought: From the second wave to "Post feminism"


Capítulo: “Hombres en el feminismo”

Imelda Whelehan (1995) “Modern feminist thought: From the second wave to “Post-feminism””.Edimburgh University Press. 1995.

(Traducción: José María Espada Calpe. 1998)


Los hombres en el feminismo.


Siendo hombres, hemos respondido al movimiento de las mujeres de formas muy diferentes. Algunos lo ignoraron, pensando que desaparecería. Otros consideraron que era una peligrosa distracción del tema central de las políticas de clase. Otros estaban simplemente entusiasmados por el movimiento de mujeres, pero todos nosotros, de una manera u otra, estábamos aterrados y confundidos por éste, tan pronto como trastoco la realidad cotidiana de nuestras relaciones personales.

(Seidler 1991:64)


Uno de los primeros y más significativos debates del movimiento de liberación de las mujeres fue qué lugar ocuparían los hombres en las organizaciones. Tanto en los Estados Unidos, como en el Reino Unido, ya en las primeras conferencias y protestas, los hombres asistieron y se les dio voz, pero muchas mujeres señalaban que la presencia de los hombres alteraba la naturaleza y calidad de los debates, y que ellos solían dominar las discusiones. Los debates iniciales se centraron necesariamente sobre la cuestión de si los hombres podían ser excluidos y si se aceptaba que “la creación de la nueva mujer pasaba necesariamente por la creación del nuevo hombre” (Rowbotham, en Wandor 1972:3). La mayoría del neofeminismo de la segunda ola, que se concentró en el constructivismo social frente al esencialismo, defendía, y aún más, señalaba a los hombres como el “enemigo”, lo que fue tácitamente aceptado como un posicionamiento temporal y socio-histórico de los sujetos, que sería abierto a transformación posterior. Incluso la mayoría de las feministas no preveía el separatismo total como una solución de trabajo a largo plazo. Ellas deseaban la autonomía para construir un movimiento para las mujeres: “Ellas querían su movimiento, no tanto expulsar a los varones como ser independientes de ellos” (Coote y Campbell 1987:27). Además era evidente que en el período fundacional del movimiento de la “Segunda ola”, las feministas estaban decididas a crear un forum político que señalase sólo a la mujer como el sujeto colectivo. Esto significó, necesariamente, que el término feminista fuera susceptible de aplicación sólo a las mujeres: esto es, que las políticas feministas crearon un espacio segregado sexualmente para compensar las prácticas recalcitrantemente excluyentes del núcleo duro de las políticas parlamentarias. Pero el separatismo ha llegado a ser desde entonces una de las tácticas feministas más incomprendidas –considerando esta como una infantil intentona de ignorar el problema de los hombres y de construir una utopía que sólo funcionaría en la ausencia de éstos-.


Las feministas radicales habían caracterizado el patriarcado bastante desafortunadamente como una expresión del poder de los hombres sobre las mujeres. Las socialistas y las liberales, así mismo, volvieron sus miradas hacia las vidas privadas de las mujeres y sus experiencias personales, lo que parecía afirmar que el problema de las mujeres era, a grandes rasgos, los hombres -no sólo aquellos que sustentaban los mecanismos de poder en el gobierno, sino también los padres, los compañeros y coetáneos -. La observación de que la opresión del patriarcado parecía que se mantenía, con quiebras mínimas, a través de la historia y de las culturas, reforzó la idea de que este sistema de opresión operaba con máxima efectividad en la esfera privada. La idea de “Lo personal es político” ganó empuje entre las feministas, y el escrutinio de las propias historias de vida fue visto como posibilitador y potencialmente liberador, acompañado -como estaba-, por esfuerzos de cambio en la dinámica de las relaciones entre hombres y mujeres. “Política sexual”, en primera instancia, se refiere al sexo y a una conciencia de que las relaciones de poder existen y se perpetúan en los más íntimos rincones de la vida de las mujeres:


“Políticas sexuales” afirmó al mismo tiempo la idea de las mujeres como un grupo social oprimido por los hombres como un grupo social (dominación de los hombres/ opresión de las mujeres), al mismo tiempo que volvía al tema de las mujeres como sexo al margen de las ataduras de la reproducción. Lanzó al centro del debate político las más íntimas transacciones de cama: esta vino a ser una de las interpretaciones de “lo personal es político”. (Delmar en Mitchell y Oakley 1986:26-7)


Si bien las mujeres heterosexuales no podían concebir el separatismo extremo como una alternativa feminista viable para su orden social cotidiano, las críticas de las formas en que las normas hegemónicas en las prácticas heterosexuales reafirman la subordinación de las mujeres, demandó que las relaciones heterosexuales fueran inspeccionadas y revisadas. No importaba lo bien intencionado que los hombres pro-feministas pudieran parecer ser, al nivel de la sexualidad y la afectividad estaban todos implicados como poseedores de un profundo interés en el status quo. Uno de los panfletos más importantes en circulación durante el final de la década de los sesenta fue el “El mito del orgasmo vaginal” de Anne Koedt, que citaba los descubrimientos de Kinsey y de Masters y Johnson, sobre el clítoris frente a la vagina como el órgano del placer orgásmico femenino. Si el intercurso coital fue entendido como el símbolo central de la unión heterosexual, ahora era concebido como una práctica sexual definida en términos exclusivos del deseo masculino -una aproximación que no había manifestado ningún cambio a pesar de la emergencia de la tan traída “era permisiva”. La conclusión lógica de la observación de Koedt de que la penetración era de importancia secundaria para las mujeres, fue que los hombres, por lo menos teóricamente, fueran prescindibles; pero más que esto, que las definiciones de la heterosexualidad fueran abiertas a la negociación:


Muchos han descrito el impacto del ensayo de Koedt como “revolucionario”. No concordaba con las experiencias cotidianas de las mujeres, ni llevó al abandono a gran escala de la heterosexualidad. Pero posibilitó a las mujeres hablar sobre su sexualidad en sus propios términos, escapar de las definiciones masculinas de la “normalidad” y la “frigidez”, sentir que tenían el derecho de hacer reivindicaciones, y percibir que lo que anteriormente había parecido ser sus meros problemas personales eran ahora parte de un patrón que era esencialmente político. (Coote y Campbell 1987:11)


Las feministas radicales enfatizaron las repercusiones del sexismo en las vidas domésticas y sexuales de las mujeres, e incluso forzaron concretamente a los hombres a confrontar los mecanismos a través de los que se beneficiaban directamente de la aceptación de su hegemonía social/sexual. Desde que la institución de la familia fue puesta en el punto de mira como el lugar fundamental de la opresión de las mujeres, como una ideología de la familia que naturalizaba muchas de las formas de vida familiar -que se sostenían eran opresivas-, la familia cayó bajo una estrecha vigilancia. Las radicales percibían incuestionable el trabajo de redefinir los límites biologicistas de los proteccionismos del poder masculino; y así desterrar los efectos de la cultura e ideología lejos de cada mujer, y fue considerado como “la tarea” de las mujeres. El separatismo en la esfera del debate político fue, entonces, un requerimiento fundamental.


El movimiento de hombres: Las políticas sexuales y la redefinición de la masculinidad.


No existe ningún novedoso ni extraño “movimiento de hombres” o “movimientos” (que pueda corresponder de forma directa al denominado “Movimiento de las mujeres”) encaminado a cuestionar o socavar ciertos preceptos feministas. Sin embargo, el movimiento de hombres de comienzo de los 70, en la forma de grupos de toma de conciencia y de grupos de discusión, se desarrolló como respuesta directa al feminismo de la segunda ola. En concreto, sirvió como marco útil para las feministas que creían que el feminismo transformaría las vidas de los hombres, pero que necesitaban mantener el separatismo al nivel de los grupos de toma de conciencia, la prospectiva y la acción política. También supuso que las mujeres podrían continuar investigando sus vidas y experiencias como mujeres y las relaciones con el patriarcado, mientras que los grupos de hombres podrían analizar la forma en que una ideología patriarcal configuraba sus vidas y cómo el machismo en particular, podía ser especialmente sofocado. Tales grupos y organizaciones no se encontraron siempre con un apoyo incondicional del movimiento de las mujeres, ya que las feministas percibieron que tales investigaciones podrían degenerar en una cierta forma de “efecto yo-también”“. Estas sospechas no eran descabelladas cuando un@ puede ver la forma en que este “efecto yo-también” es traído a la conciencia popular muy evidentemente en libros actuales como el “No más guerra de los sexos” de Neil Lyndon”s (1992) o el “No soy culpable” de David Thomas (1993). Cuando los medios de comunicación recogen casos de maltrato a las mujeres, o de violencia doméstica de mujeres contra sus compañeros, no lo hacen para subrayar el problema del abuso y la violencia en general, sino para intentar disminuir la claridad del hecho de que la mayoría de los abusos, de los maltratos y de la violencia doméstica están perpetrados por hombres contra mujeres.


Algunos hombres británicos que formaron grupos de toma de conciencia, decidieron crear un periódico, y el “Achilles Heel” (Talón de Aquiles) salió a la circulación en 1978. Tiene en común con gran parte del pensamiento feminista británico las vinculaciones con el socialismo y como la crítica del patriarcado y de la división sexual es al mismo tiempo una crítica a las divisiones raciales y el capitalismo. Este periódico, producido de forma colectiva y disponible hoy en día, está comprometido hasta la médula con la construcción social de la masculinidad, y como esta construcción se perpetua en la vida, pública y privada, cotidiana de la gente. Los colaboradores parecen estar claramente al corriente de que sus intentos de desconstruir los medios por los que promulgan sus propios dramas masculinos, están destinados a enfrentarse con la burla tanto de las mujeres como de “hombres no-reconstruidos”: pueden parecer imbéciles frustrados por los propios medios con los que ganan acceso al poder y la superioridad social.


Como las feministas se pudieron sentir tentadas de apuntar: El conocimiento de las colusiones “propias” como represiones no detiene la perpetuación de las formas de opresión sobre las mujeres, ni deja de señalar a los hombres como privilegiados individualmente, como sujetos que tienen el derecho de manejar las vidas de sus compañeras e hijos. Esta es la clásica doble trampa para los hombres implicados en los grupos de hombres pro-feministas. Como Victor Seidler subrayó:


“Parece como si los hombres en solitario no pueden escapar de un esencialismo que durante generaciones había sido usado para legitimar la opresión de las mujeres, gays y lesbianas. La masculinidad no pudo ser deconstruída, pudo únicamente ser rechazada” (Seidler, 1991, xi).


El movimiento de hombres alcanza este impás con deprimente regularidad, donde la masculinidad parece ser la más persistente herencia, quizá porque es en gran medida definida por su desviado anverso, la feminidad; al mismo tiempo que está asociada con una transparente totalidad. El problema con el rechazo de la masculinidad, de la que el rechazo de la propia implicación en las redes de poder es una parte; es que le crea -a uno- una vacuna analítica. Últimamente, cierto movimiento de hombres, ha entendido la necesidad de comprometerse con la masculinidad con el objetivo de investigar sus diversas formas culturalmente heredadas, y distinguir las experiencias personales e individuales de la construcción patriarcal aparentemente monolítica.


Aquí, los grupos de “toma de conciencia” se convirtieron en cruciales como lugar donde hombres individuales podían intentar un grado mayor de honestidad sobre sus experiencias personales y sus ambivalencias frente al empuje de la masculinidad. El “Talón de Aquiles” se especializó en tales grupos de sensibilización, recogiendo temas tan diversos como el cuidado de los hijos o la disputa contra el sexismo de los hombres en el lugar de trabajo.


El trabajo del movimiento de liberación gay es conocido por dar comienzo a los desafíos contra las construcciones patriarcales y heterosexistas de la masculinidad. Lo que nos recuerda que hoy en día el mayor problema para el movimiento de hombres separado de las políticas gays es encontrar un medio para definirse en sus propios términos sin parecer parásito del movimiento gay o del feminismo, y así encontrar un papel que le sea propio:


“En este colectivo (Talón de Aquiles), no estamos de acuerdo con los hombres que dicen que el movimiento de hombres, como el nuestro, no tiene derecho a existir, excepto quizás en un papel auxiliar de servicio al movimiento de las mujeres. Vemos esta actitud parcializada, como otro aspecto más de la culpabilización y auto-negación que hemos arrastrado desde nuestro nacimiento. También refleja el menosprecio por otros hombres diferentes. Y, en su forma extrema, llega a convertirse en otra forma de dependencia de las mujeres, haciendo que éstas hagan todo el trabajo para producir los cambios que necesitamos. Los hombres pueden colocar al feminismo en un pedestal igual que en general hacen con las mujeres”. (Seidler, 1991, 31)


Este importante párrafo nos señala como los hombres pueden ver el sexismo como el “problema de las mujeres” si es que no lo ven como un problema en absoluto. Y lo que es más, emplaza el problema de que la respuesta fundamental de los hombres al envite del feminismo es la culpabilización, una posición que connota más una inercia política que un potencial transformador. Pero la cuestión de dónde situar los grupos de hombres en el feminismo continua siendo un problema espinoso, e incluso aquellos hombres que intentan escribir honestamente sobre la masculinidad y sus problemas, exhiben demasiado frecuentemente un atrofiante sentido de culpabilidad y auto-desprecio, como el reseñado por Victor Seidler en el párrafo anterior, hasta el punto de que los análisis de las relaciones personales y de la respuesta sexual están casi siempre “desaparecidos”.


En “Recreating sexual politics”, Victor Seidler reconoce que la corriente central de las políticas sexuales nunca ha ubicado certeramente el problema de como pueden responder los hombres a la opresión de las mujeres y cual es su propia implicación en ello, y “no ha surgido ninguna crítica sistemática de las tradiciones que dominan la izquierda” (Seidler, 1991b, 16). Como sugiere el autor, la toma de conciencia para los hombres se convirtió en una respuesta al desarrollo de las posiciones feministas: así mismo el feminismo facilitó esta forma de discusiones basadas en la propia experiencia a través de las lecciones aprendidas por su propia política personal, y que requerían una respuesta. En contraste, la tradición socialista permaneció en silencio, tendiendo a asentar la división público/privado, evadiendo la amplia cuestión de la opresión de las mujeres dentro de la cuestión de la opresión de clase. A pesar de las dificultades aquí expuestas entorno a los grupos masculinos de sensibilización, los grupos de hombres se presentaron “naturalmente” a las mujeres como una respuesta política porque estaban acostumbradas a realizar trabajo colectivo informal como parte de una subclase o subcultura del cuidado -las mujeres estaban acostumbradas a cooperar, mientras que los hombres fueron impulsados a competir entre sí en todos los frentes-. Por esto, “en los comienzos de la toma de conciencia, los hombres pudieron admitir con frecuencia que no les gustaban realmente los otros hombres y que sus relaciones más íntimas fueron con mujeres” (Seidler, 1991b, 15): y por supuesto, sus más íntimas relaciones afectivas con mujeres tendían a ser con amantes que les proveían frecuentemente de soporte emocional y que no eran correspondidas. De hecho, Seidler, defiende fuertemente que la toma de conciencia es vital en la machista izquierda, y que el reconocimiento de su validez política ayudaría a desestabilizar la firme convicción en la izquierda de que solo contribuyen a discutir sobre las propias experiencias personales sin tener ningún tipo de resonancia en la vida pública política general.


Seidler también defiende que la tendencia feminista a asociar a los hombres y el comportamiento masculino con la construcción y significado dominante de masculinidad, convierte en “casi imposible poder explorar la tensión entre el poder que los hombres detentan en la sociedad y las formas en que se experimentan a sí mismos como individuos sin poder”. (Seidler, 1991b, 18). Nos muestra que la izquierda se ha construido a sí, incuestionablemente, sobre las nociones burguesas de culpa y sacrificio personal, enfatizando el deber y la obligación del propio sacrifico en el nombre de nuestra carrera, el Estado u otras cosas. Necesariamente perpetúa el refrán popular de que “el hombre debe ser un ganapanes y el protector de la familia”; y no es esto lo único que hace perpetuarse al patriarcado, que funciona en interés del capitalismo, sino que es además un modelo incuestionablemente heterosexista. Los hombres gays en el movimiento gay de liberación se han acostumbrado a las prácticas de sensibilización y toma de conciencia, y al desarrollo de redes de apoyo mutuo entre varones.


El apoyo del feminismo y de las estrategias políticas feministas tiende a emerger, además, desde una comprensión íntima de la necesidad de tales prácticas en una sociedad profundamente atrincherada en el desprecio de lo personal mientras positivan un modelo de vida personal que está lejos de la realidad de las vidas de la mayoría de los individuos. Algo que Seidler evoca muy claramente es la doble trampa en que los hombres antisexistas pueden encontrarse:


“Creo que esta experiencia de retraerse de definir nuestros deseos y necesidades ocurrió a muchos hombres en los primeros años del movimiento de mujeres. Nos vimos abandonados sintiéndonos culpables, casi porque existíamos y éramos hombres. No queríamos que nos creyeran sexistas, por lo que nos escudriñamos muy cuidadosamente” (Seidler, 1991b, 36).


Es claro que los hombres pro-feministas, simplemente, no aceptarían su culpabilidad como opresores y no actuarían en un papel puramente de servicio en relación al movimiento de mujeres. Podría proponer no sólo un papel para los hombres indulgente, paternalista y agudamente apolítico, sino que además serviría para negar la posibilidad de una formación social futura donde los cambios afrontados por las feministas pudieran llevarse a cabo. En concreto, no permitiría definir a las futuras visiones y redefiniciones feministas de la masculinidad y de la feminidad sobre la aceptación de que la posición social/económica de los hombres es siempre más privilegiada. Permitir a la masculinidad que se mantenga en un estado de cuasi-esencialismo, mientras se invoca la construcción social de la feminidad en todo nivel, es encerrar a los hombres en un “estado de no existencia, un tipo de silencio que vigila nuestra masculinidad” (Seidler, 1991b, 40). Una podría argüir que los grupos de toma de conciencia, dan a los hombres la oportunidad de situarse como seres privados frente a la faz pública del “hombre” -una experiencia que podría hacer a muchos intentar retirar sus inversiones en la corriente hegemónica del capitalismo patriarcal-.


En donde las mujeres fueron capaces de encontrar un foco para su rabia y una dirección en su determinación de transformar el status quo, el movimiento de hombres parece faltarle una dirección clara, y tan sólo se mantiene un vínculo parcial entre el anti-sexismo y el socialismo. Victor Seidler apunta certeramente que es contraproducente la culpabilización como respuesta a la conciencia de que los hombres poseen los medios para oprimir a las mujeres. Repudiar la masculinidad es claramente una forma de aplazar la responsabilización y de negarse la posibilidad de participar en la voluntad general de cambio. Una de las fuerzas de la creación de grupos de hombres ha sido su función de crecimiento y concienciación, posibilitando un espacio para que los hombres exploren sus sentimientos y emociones, ya que han sido socializados para negarlas. Tales grupos desarrollaron también una plataforma desde la que el movimiento de hombres tiene un papel más significativo que el servicio al movimiento de mujeres, pero un papel que facilita el desarrollo de ideas feministas, en contraste con la atmósfera competitiva que se ha desarrollado entre los hombres en el feminismo en el mundo académico.


Los hombres en el feminismo: Conflictos en el ámbito académico.


A mediados de la década de los 80, se retornó a un argumento que fue furiosamente debatido a finales de los 60, sobre el lugar que los hombres ocupan en el debate feminista. Como ya he subrayado, la mayoría de las feministas estaban de acuerdo en que las mujeres necesitaban un espacio y tiempo para desarrollar sus propios argumentos y perspectivas teóricas, porque los hombres -desestimando la benignidad de sus intenciones- representaban los mecanismos por los que el discurso femenino podría ser/ había sido absorbido y neutralizado en un golpe de mano patriarcal. Pero en la institución académica, en el momento de la rápida expansión feminista y quizás en virtud del progresivo compromiso del feminismo con la teoría crítica, algunos hombres sintieron que tenían una contribución que ofrecer, como si la implicación del feminismo en los nuevos departamentos de teoría significase una perpetración de alianzas entre los hombres. Así como las feministas habían expuesto previamente, la exclusividad de los hombres sobre los discursos radicales, como el marxismo, era la base para que sintieran justificado cuestionar la exclusividad de las mujeres en el feminismo. Algunos hombres tomaron con gusto el feminismo como punto de partida para explorar la construcción social de la masculinidad; otros quisieron apuntarse más directamente a los vividos y agitados debates que caracterizaron el feminismo de los 80 y los 90. Estos segundos querían primordialmente demostrar que ellos también habían sido afectados profundamente por la forma en que el feminismo socavó los fundamentos epistemológicos del pensamiento socio-filosófico contemporáneo. Desde un punto de vista más cínico, es importante observar que -en términos académicos- el feminismo había llegado a la mayoría de edad y los estudios de la mujer, como disciplina y como proyecto de emancipación-acción, buscaban nuevas vías entre las disciplinas existentes para la teoría en un área cada vez más competitiva, lo que iluminó al feminismo como otra forma de pensamiento abstracto que podía ser campo de nuevas posibilidades. La antología “Los hombres en el feminismo”, publicada en 1987, es un ejemplo de este tipo de intervención masculina: en este volumen, un número igual de aportaciones de hombres y mujeres, se desafían, toman postura, llegan a acuerdos o se denigran. La formula fue claramente exitosa, y diversos aspectos del diálogo han sido desarrollados con extensión en dos libros posteriores de Linda Kauffman, “Género y Teoría” (1989) y “Feminismo e Instituciones” (1989).


Como el formato de “diálogo” sugiere, las contribuciones masculinas fueron enmarcadas y moderadas por las respuestas feministas; posteriormente los “hombres feministas” se sintieron capacitados para seguir en solitario, como ilustró la colección “Engendering men” (1990), íntegramente realizada por hombres. Joseph A. Boone, uno de los editores de esta colección, reimprimió su ensayo en ésta, ya que apareció en primer lugar en “Género y teoría”, acompañado por una respuesta de Toril Moi. Sin embargo, no refiere a esta en el preámbulo de la reedición de su artículo, relegando toda mención de Moi a una nota a pie de página, que lleva en sí mismo mucho más que una cierta revancha. La nota a pie termina en este paréntesis:


“(Una confesión íntima: durante mucho tiempo he fantaseado que publicaba una respuesta a la respuesta de Moi, titulada -haciendo un juego de palabras con mi propio título- “De Moi y el feminismo: la aterrorizante Toril”- una respuesta en la que analizaría la serie de ataques bien agresivos que Moi ha formulado contra ciertas feministas americanas, particularmente contra aquellas que su trabajo rompe la oposición americano/continental que ella construye en su Sexual/Textual Politics…)” (Boone y Calden, 1990, 292).


Es como si Boone sólo pudiera reconciliarse con la respuesta de Moi caracterizándola por un rasgo de incapacidad para encajar el desacuerdo; incluso más, sugiere la falta de sororidad de Moi en la práctica académica como intento para desvirtuar sus más amplias intenciones feministas. Escondiendo estos comentarios en un pie de página del texto, evade nada ingenuamente la confrontación, y lo que es más, la crítica feminista es desplazada a “suplemento” del texto principal del “feminist-o”, lo que convierte el texto en una forma dramatizada de apropiación.


Sobretodo los hombres que contribuyeron al volumen mencionado comparten ciertas tendencias en sus escritos que merecen un comentario. Hay dos estrategias textuales principales utilizadas corrientemente por estos ensayistas para apuntar una defensa retórica que sienten claramente necesaria. La primera es centrarse en el derecho de sus propios trabajos para existir dentro de esa diversidad; la segunda es sugerir que todo exclusionismo de parte feminista es una muestra de la cada vez mayor tiranía del discurso feminista, cuyos líderes se reservan el derecho de prohibir el desacuerdo incluso contra los de su propia “cuerda”. El problema con muchos de estos ensayos es que, tales defensas se desvían del tema, la relación con el debate feminista es frecuente y estrictamente periférico; cualquiera se podría perder al asumir que uno de los objetivos principales de este trabajo es realizar una reclamación de la identidad “feminista”. Joseph Boone es uno de estos autores que se ve a sí mismo como feminista, una reclamación que engendra la absurda conjunción “mujeres feministas” (en adición a “hombres feministas”), a través de todo el curso de sus ensayos. Es interesante dilucidar por qué estos hombres no están contentos de ser “pro-feministas”, o “anti-patriarcales”, y por qué, además, tiene que estar en juego la cuestión del derecho a una identidad feminista. Durante el desarrollo de esta discusión asumiré, como de hecho lo hago a lo largo de todo el libro, que las feministas son mujeres, y nombraré “hombres feministas” entre paréntesis para indicar su naturaleza problemática.


Muchos “hombres feministas” usan además la doctrina del primer feminismo contra las teóricas actuales: suelen adoptar el modo de expresión en “confesión” tan favorecido por las radicales, estudiando las identidades personales que señalan la inadecuación de la homogeneizadora significación del término “hombre”. Por ejemplo, Terry Eagleton, en respuesta a un artículo de Elaine Showalter, en “Los hombres en el feminismo”, afronta su estatus social como joven audaz marxista de clase obrera en Cambridge: así describe su orgullo de clase trabajadora al enfrentarse a la “chapucera y bien intencionada Alisidairs”, y todo nos recuerda su propia “otreidad” cultural. (Eagleton en Jardine y Smith, 1987; 133-5). Podría parecer que el motivo al que achacar esta homogeneización del término “hombre”, sería el estilo tan agresivo sostenido por las mujeres de comienzo de la segunda ola, pero la mayoría de las feministas estarían de acuerdo en que la masculinidad/virilidad como categorías cultural/biológica están listas para una reinterpretación; además, es justo recordar que para las feministas, allí donde una identidad pudiera ser establecida para garantizar la autoridad, y para evitar la disidencia, esta técnica se demostró impugnadora. Se necesita reiterar que la categoría “hombre” no es el reverso simple de “mujer”. “Hombre”, la homogeneizadora identidad para la mitad de la población humana, cuando menos garantiza la visibilidad cultural/social/económica para los hombres blancos heterosexuales; el genérico “hombre” el sujeto existente de la epistemología occidental, negó los privilegios materiales e ideológicos a todas las mujeres durante siglos. La cuestión central es si el feminismo debe mantener una política así como una polémica, una estrategia de oposición así como una exitosa historia académica en términos de su explosión discursiva académica. Entonces, ¿Cuáles son las consecuencias del “feminismo de hombres”? Esta pregunta es ética y va desde el tema de si la voz de las mujeres será de nuevo suprimida en favor de la voz autorizada de los hombres, o si en la institución académica (el último bastión del crecimiento del feminismo), las pertenencias de las mujeres -incluso dentro del “guetto” de los “Estudios de la mujer”- encararán las renovadas amenazas.


Tania Modleski ve la amenaza no sólo en la “cooptación”, sino también en la trivialización de las agendas feministas: “Estos libros están haciendo retornar a los hombres al centro del escenario y distrayendo a las feministas de desafíos mucho más apremiantes que el decidir sobre la conveniencia de la etiqueta “feminista” para los hombres” (Modleski, 1991, 6). Unido a esto, recalca el heterosexista calzador de la noción de “diálogo” entre hombres y mujeres, acompañado de una tácita asunción de que este “diálogo” puede proclamar una igualdad formal entre mujeres y hombres (incluyendo el equilibrio de autores/as de artículos en el citado volumen), que obviamente no existe ni en la arena académica ni en el mundo en general. Modleski, señala que Lee Edelman, un autor de “Género y teoría” desarrolla esto. Del título de la obra, Edelman comenta:


El “y” identifica el diálogo en sí mismo como un tipo de unión o matrimonio, además lo inscribe dentro del amplio marco de la discusión: la heterosexualidad esencial del proyecto -un proyecto que debe siempre suplir los idealizados emparejamientos del “y” con una reproducción de la sublime confrontación que opera el “entre” (Kauffman, 1989a, 215).


El problema con los textos de “los feministas” podría ser, después de todo, más pragmático. Lo que puede hacerlos tan sumamente irritantes para las autoras feministas es precisamente el grado de desviación del espacio textual, y que se esfuerzan en dedicarse a cuestionar los términos mediante los que pueden entrar en el feminismo, mientras bloquean efectivamente cualquier respuesta al identificar como tiránicas las formas mediante las que las feministas les niegan el libre acceso a la teoría feminista. Además construyen fronteras artificiales alrededor del feminismo que son contraproducentes.


La mayoría de las investigaciones académicas feministas han estado más en la línea de romper las barreras del discurso masculino que en crear un tipo de discurso que sea, para los propósitos políticos y académicos, específico de las mujeres. No puedo apoyar pero si sospechar que algunos de los actuales “hombres feministas” están intentando hacer lo contrario -dado que, por supuesto, una inversión de los roles presupone por lo menos que aquellas posiciones son diferentes pero de igual valor-. Para muchos hombres parece ser una cuestión de a quién pertenece el feminismo (un tema contestado subliminalmente entre los grupos rivales de feministas), si bien el resultado principal ha sido alejarse de la retórica de la pertenencia de todos -dentro de una posición de celebración y aceptación de la heterogeneidad-. Esta heterogeneidad parece ser el tema más difícil para los “hombres feministas”, y el lugar del feminismo que implica un conocimiento de la diversidad de feminismos mucho más allá de la teorización postestructuralista. De acuerdo con Paul Smith, “el desafío intelectual de comprender la teoría feminista no es problema desde que la teoría feminista está situada dentro del abanico de discursos postestructuralistas con los que muchos de nosotros estamos más que familiarizados” (Smith en Smith y Jardine, 1987, 35). Para muchas feministas esta observación tiene dos puntos de discusión inmediatos: (a) que la teoría feminista reside dentro del postestructuralismo, una tendencia dominada por “popes” varones; (b) que, siendo este el caso, y estando los autores más que familiarizados con esta metodología, el problema de los hombres en el feminismo no es seguramente de comprensión. En realidad, la construcción de Smith sitúa la teoría feminista en los hombres, y proscribe o repudia otras líneas de feminismo, por lo que podríamos olvidar cuestionar si este interés masculino en el feminismo tan reciente, no está engendrado primariamente por su aparente “matrimonio” con el post-estructuralismo.


Sin embargo, “los hombres tienen una necesaria relación con el feminismo” (Heath en Jardine y Smith, 1987, 1), si se supone que los hombres son igualmente modificados por sus postulados. Como Judith Mayne observa, “”Los hombres en el feminismo” no es más que una nueva formulación” (Jardine y Smith, 1987, 62); las feministas han asumido ampliamente como parte de sus desafíos la necesidad del crecimiento y la toma de conciencia de hombres y mujeres al mismo tiempo. Lo que lo distingue como “diálogo” es entonces su dimensión teórica y los autores bien podrían estar repitiendo uno de los errores de los pioneros de la segunda ola al asumir que pueden hablar por todos los hombres. Esto implica que el principal problema del feminismo es “otras feministas” -no las mujeres ni los hombres (como si auto representasen en estos debates como sumamente dispuestos a, en exclusividad, aprender y admirar)-. Joseph Boone admite el punto de vista de los hombres que hablan de los hombres en el feminismo”“Género y teoría”: “De los citados autores, Jacques Derrida, Robert Scholes, Denis Donoghue (en letra pequeña) y Terry Eagleton (en una réplica a Showalter), critican que su relación con el feminismo no ha sido nunca, con riesgo de quedarse corto, no-problemática” (Boone en Kauffman 1989a, 168). Sugiere que la importación de grandes nombres en la teoría combate contra la consideración seria de los “hombres feministas” como él, cuyas intenciones/intervenciones son absolutamente honestas. Curiosamente recalca el heterosexismo que ha acompañado tales proyectos, afirmando que “un reconocimiento de la presencia e influencia de los gays trabajando en y alrededor del feminismo, tiene el potencial de reescribir los miedos feministas en “Los hombres en el feminismo” como un gesto de apropiación estrictamente heterosexual” (Boone en Kauffman, 1989a, 174). Esta observación podría ser loable al identificar a los gays como portadores de una posible clave para resolver el problema del posible mal recibimiento de la atención de los hombres al feminismo, pero Boone implícitamente identifica el problema como subyacente en los temores feministas de la penetración simbólica de sus discursos. De otro golpe de mano ignora la realidad de que las lesbianas han estado durante mucho tiempo exponiendo muy efectivamente, en debates cara a cara, el heterosexismo de la corriente principal del feminismo. En su ensayo Boone ha relegado con un audaz “molinete” (golpe de esgrima) el término “feminista” a un estatus neutral de género. Toril Moi en su respuesta a este ensayo no trata esta cuestión con el deseo de usar “feminista” como una adscripción para su propio trabajo, sino con la intención de sugerir que las feministas necesitan forzosamente de los hombres, una clara convicción de que están trabajando contra los intereses del patriarcado, y que no están luchando entre ellos -una sensación que permea entre los ensayos de Boone (ver Moi en Kauffman, 1989a, 181-90).


Gran parte del antagonismo de las feministas a ciertos aspectos del debate de “Los hombres en el feminismo” resultan del contenido de los ensayos, y del deseo de apropiarse del término “feminista”, más que de la sola idea de los hombres en el feminismo -que después de todo no es particularmente chocante-. Pocas feministas desearían trabar el progreso de los trabajos de éstos, o negarles el derecho al acceso al pensamiento feminista; pero su insistencia en el “derecho” al “acceso” a ser “armados caballeros feministas”, más que a ser “pro-feministas” o algún otro término que podría indicar su interés en el género, sigue siendo problemático. Reservar “feminista” para las mujeres reconocería que las mujeres retuvieran el más importante impacto del término feminismo -que ha venido a significar una presencia femenina después de siglos de invisibilidad en términos materiales como ideológicos. El feminismo es, después de todo, construido como un trabajo progresivo, un debate destinado a acabar con la subordinación de las mujeres y realmente es la única identidad no patriarcal que las mujeres pueden reclamar. Al deconstruir el binarismo occidental, estos hombres parecen creer que los hombres pueden escribir el “femenino”; como las feministas francesas reclaman, es cierto que si bien, escribir no está “marcado por el género” en un sentido directo, las feministas lo han encontrado políticamente conveniente para caer en la cuenta de la identidad del autor, como hacen los teóricos gays, lesbianas y negras. Mientras los hombres perciban que el centro del debate gira en torno a las relaciones de autoridad/subordinación, las mujeres resistirán contra sus intervenciones: los términos están en si mismos preparados para su deconstrucción.


El hombre nuevo, el hombre salvaje y el hombre anti-feminista.


Si bien, como he discutido anteriormente, hay cierta incidencia de grupos de hombres que identifican sus intereses directamente como anti-sexistas, y que frecuentemente construyen sus consecuentes posiciones políticas desde la izquierda, no hay un único significado asociado al término “grupos de hombres”. Un ejemplo de grupo de hombres que adopta una perspectiva bien diferente a los grupos anti-sexistas, podría ser los grupos “Iron John” creados por Robert Bly en los Estados Unidos, y también en el Reino Unido. La concepción de Robert Bly de la necesidad para el hombre moderno de volver a tomar contacto con su fondo “salvaje” refleja la creciente inquietud en las respuestas populares al fenómeno del “hombre nuevo” en los medios de masas. El feminismo, directa o indirectamente, es hecho responsable del temido amaneramiento del hombre contemporáneo. El hombre, desnudo de su corteza machista, es concebido como sufriendo una crisis de identidad, de hecho en el imaginario popular, el cuestionamiento de las formas de comportamiento asociadas con la masculinidad acapara el repudio de la virilidad per se.


En junio de 1990, el periódico “The Guardian” dedicó dos días de su sección “Mujeres” al fenómeno del “hombre nuevo”, contribuyendo enormemente a sostener la perspectiva de que ser un hombre nuevo era evitar la reclamación de la emancipación (autonomía). Kimberley Leston, redactora del “The Guardian” también señaló que la imagen del “hombre nuevo” había sido utilizada principalmente en la publicidad para sugerir que si los hombres tomaban obligaciones femeninas, actuarían inevitablemente mejor:


En un anuncio en la televisión, un paciente y compasivo padre vuelve apresuradamente a casa durante las horas de trabajo en la Oficina, en el salón de alto-standing intenta disuadir a su hijo de cuatro años para que no abandone la casa. La situación pasa por creíble, cuando no por improbable, pero el mensaje esencial permanece camuflado bajo el subtexto aportado por el personaje secundario de la madre del niño. “No quiere escuchar”, admite ella con bovina cara de resignación, implicando que el cuidado compartido de los niños -el tema clave de la nueva masculinidad- trae algo más deseable que la recompensa emocional, trae un incremento de la base de poder masculina. (The Guardian, Jueves, 21 de junio de 1990).


Como Leston señaló, la representación de un “nuevo hombre” es utilizada primariamente como una forma nueva de castigar a las mujeres, al crear una ilusión de cambio cultural pero que no se encamina a iniciarlo realmente en una esfera política más amplia. Parece como que el “nuevo hombre” existe fehacientemente en los portafolios de los creativos de las compañías de publicidad y que es otra forma de reafirmar el poder de los hombres. (Ver también Christian, 1994, 3); es más corriente la parodia de los requerimientos feministas que la respuesta a éstos. Como Harry Christian señala, las aproximaciones de los hombres al feminismo tienden a ser activas si están orientadas hacia el futuro, y se necesita hacer una distinción entre las reacciones antisexistas y no-sexistas: “Ser anti-sexista significa tener una posición activa opuesta al sexismo, mientras que el término no-sexista indica una forma ideal de relación con las mujeres, a la que los hombres anti-sexistas aspiran, que no es por completo ni necesariamente alcanzable” (Christian, 1994, 3). Creo que en Christian el término no-sexista puede también implicar una ausencia de conciencia pro-feminista, o cuando menos una inercia política en la que el comportamiento personal propio es el único indicador.


El movimiento “Iron John” de Robert Bly representa el ala de los grupos de hombres que tienen poca o ninguna conexión con el movimiento de liberación de las mujeres. Si bien no atacan, precavidos, al feminismo directamente, Bly infiere que “el feminismo de los 70 “suavizó” al hombre moderno en contra de la integridad masculina”-”ellas son preservadoras de la vida pero no exactamente dadoras de la vida” (Bly, 1991, 3). El movimiento mítico-poético de hombres de Bly, está originado en el cuento “Iron John” recogido por los hermanos Grimm. Es la historia de un hombre salvaje, capturado y hecho prisionero por un rey, que más tarde será liberado por el hijo del Rey. Bly utiliza esta historia como una metáfora para sugerir que los hombres contemporáneos tienen un “hombre salvaje” encerrado dentro de ellos y que necesita ser liberado para que los hombres puedan experimentar el auténtico sentido de su propia masculinidad. Toma prestado claramente un modelo esencialista de los impulsos masculinos sugiriendo un retorno a la “prehistoria” patriarcal más que un futuro en el que la virilidad y la masculinidad sean renegociadas. Como Christian observa:


Mientras que Bly no reclama hostilidad hacia el feminismo, su movimiento no pone énfasis en ayudar a la batalla contra la opresión de las mujeres, y parece formar parte de una serie de actividades de introspección de liberación masculina que pueden quizás ser beneficiosas para algunos hombres pero que apenas parecen beneficiar a las mujeres, y pueden incluso ser parte del movimiento anti-feminista de retroceso. (Christian, 1994, 11).


Las feministas tienden a ver la prospectiva del movimiento de hombres con sentimientos contradictorios, a la luz de las tendencias como aquellas demostradas por Bly y sus adhesores. Así como con el movimiento de mujeres no puede haber garantía de que todos los individuos y grupos bajo tal denominación, estén de acuerdo sobre la perspectiva política entre sí, así el término “movimiento de hombres” podría comprender desde un grupo de toma de conciencia manifiestamente pro-feminista, a un taller del “hombre salvaje” de Robert Bly, que en su identificación con la figura del guerrero, podría ser visto como celebrando lo masculino en una forma no-reconstruida (ver Eisler, Adair en Hagan, 1992, 43-53, 55-66).


No es sorprendente que esfuerzos como el de Bly sean mirados con escepticismo por muchas feministas como un “efecto yo-también” cultural, que no se compromete necesariamente en el debate crítico sobre las polaridades de género en la sociedad, o sobre los continuos beneficios que los hombres reciben desde sus privilegios masculinos.


Necesitamos un movimiento de hombres que sea parte de un movimiento feminista revolucionario. Si las masas de hombres en nuestra sociedad no han desaprendido su sexismo, no han abdicado de sus privilegios masculinos, entonces sería obvio que un movimiento de hombres dirigido sólo por hombres, con sólo hombres participando en tal, se corre el riesgo de que siga modelos diferentes pero que sigan siendo opresivos dentro de la cultura patriarcal. (Hagan, 1992, 117).


No sólo es que algunos grupos trabajen directamente en contra de las bases filosóficas del feminismo, sino que ciertos hombres periodistas se han granjeado reputación públicamente como detractores del feminismo. Neil Lyndon es una de estas figuras, pero el libro más sólido de David Thomas “No soy culpable” (1993), proporciona un ejemplo aún más reciente de retroceso en la contra del feminismo, y que se apoya en estadísticas amañadas para probar que la suerte del hombre es más dura que la de la mujer y que la “sociedad occidental está obsesionada con las mujeres hasta el punto de la neurosis de masas” (Thomas, 1994, 2). El libro de Thomas está a la defensiva, concebido para afirmar que los hombres son las víctimas en nuestro orden social actual. Predeciblemente cita los casos en los que los hombres son sujetos de violencia psíquica o sexual como si este hecho aislado contrarrestase las horripilantes imágenes acumuladas por las feministas que muestran que las mujeres han sufrido la violencia y la muerte a manos de hombres durante siglos hasta el genocidio. Thomas concibe un mundo donde mujeres y hombres están en competición directa por el acceso a cuidados de salud y de apoyo personal, y donde los hombres están oprimidos por la carga de su deseo de poder (Thomas pregunta al lector: ¿Desearías realmente ser George Bush?; Thomas, 1993, 8; un ejemplo primario del non sequiturs utilizado para dar a sus argumentos una impresión de dirección). Identifica lo que percibe cruciales diferencias entre los hombres y las mujeres, y en común con los patriarcalistas más actuales, busca sus justificaciones en la “evolución”:


Los hombres son capaces de analizar objetos tridimensionales moviéndose en el espacio porque es lo que los cazadores tienen que hacer con su diana. Las mujeres son capaces de recordar el orden de los objetos porque esto es lo que recogen, buscando en el suelo plantas comestibles, necesitan poder recordar entre un viaje de recolección y otro. Para el hombre moderno resulta más fácil que para la mujer conducir el coche en una vía estrecha, pero a diferencia de las mujeres, ellos nunca pueden recordar dónde está nada dentro de casa. (Thomas, 1993, 48).


Thomas pretende revisar los hechos bajo una luz de progreso y objetividad, pero sus conclusiones reflejan el profundo conservadurismo de los hombres que se siente aterrados por el movimiento de las mujeres, más que desafiados por éste, y únicamente pueden responder presentándolo como si les acusara personalmente.


Muchas feministas se siente preocupadas de que mientras un movimiento autónomo de hombres pudiera ser justificado mediante un “juego limpio” (ya que ha llegado el momento para que los hombres tomen su espacio con el objetivo de avanzar con concepciones de cambio de los roles de género ofrecidos por las feministas), continuase la supremacía masculina -ya sea huyendo o escondiéndose como miembros de un movimiento de hombres o no- desplegando una profundamente atrincherada falta de juego limpio en todos los influyentes sistemas sociales y económicos de nuestro mundo. La presencia continuada de “Achilles Heel” en el Reino Unido y de NOMAS (the National Organization of Men Against Sexism -organización nacional de hombres contra el sexismo) en los EEUU, nos muestra que hay bastantes hombres preparados para traducir su anti-sexismo en un activismo político y en un cuestionamiento de los presupuestos y comportamientos asociados con la masculinidad. Todavía necesitamos recordar que la corriente hegemónica en la política y los media, observa el feminismo con el interés de caracterizarlo como una amenaza a los estimados y vividos derechos del hombre. Thomas, entre otros, regresa a la retórica del primer liberalismo para mostrar las políticas sexuales como un campo de batalla, donde la “naturaleza” está bajo asedio. Vic Seidler nos proporciona una razón de por qué los hombres como Thomas pueden estar embistiendo a la defensiva:


Creo que una de las razones por las que muchos hombres se han sentido al mismo tiempo profundamente celosos y desenmascarados ante el feminismo y las políticas de lo personal, es que ha habido una sensación de que el instrumentalismo de la vida ha sido roto, de alguna forma, por las mujeres; y se ha tenido la sensación de que había sido redescubierto lo que es importante en la vida a través del cuestionamiento realizado por el movimiento de las mujeres. (Seidler, 1991b, 46-7).


Y está forzando a que escritores como Bly, Lyndon y Thomas estén de hecho enfrentándose contra la aplastante experiencia de alienación de los hombres en un sistema de capitalismo avanzado, creado a imagen de éstos y concebido para funcionar en función de sus intereses exclusivamente.






domingo, 12 de septiembre de 2010

Ensayo sobre la violencia machista María del Mar Pérez García

La violencia contra las mujeres por mochivos machistas es una de las grandes lacras de nuestro mundo actual. El derecho a la vida, algo tan natural como lo es respirar, se le niega a muchas personas por el simple hecho de ser mujeres. El Ministerio del Interior ha publicado unos estudios que muestran que el 61,5 por ciento de los delitos graves que se cometieron en España en el año 2009 fueron causados por la violencia machista. Durante ese año, 414.713 mujeres pidieron ingresar en el programa para mujeres maltratadas por violentos machistas, junto con sus aproximadamente 800.000 hijos e hijas. Entre esas personas, estuvimos mis hijos y yo.


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La violencia machista burla los muros del saber Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado

Prevención de la violencia de género en las universidades (La violencia machista burla los muros del saber)


Publicado por José Emilio Palomero Pescador on sábado 11 de septiembre de 2010
Etiquetas: Laura Ruiz Eugenio, Luis Torrego, Pilar Colás Bravo, Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, Rosa Valls Carol, Violencia de género en la universidad



"La violencia machista burla los muros del saber"


Así se titula un artículo publicado en el periódico "El País" del día 8 de diciembre de 2008 (pulsar aquí), en el que se da a conocer un estudio (pionero en España), que pretende sacar a la luz la realidad sobre la violencia de género en las universidades.


Tal estudio, que recibió financiación del Instituto de la Mujer, fue elaborado por un grupo de investigadores de las universidades de Barcelona, Sevilla, País Vasco, Murcia, Valladolid y Jaume I (Castellón).


En este contexto, el documento que sigue a continuación, publicado en abril de 2009 por la Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, es el primer primer artículo en el que se dan a conocer algunos de los resultados del citado estudio. El artículo se publicó dentro de una monografía titulada "Género y Educación" (pulsar aquí para acceder a ella).



______________________

Prevención de la violencia de género en las universidades: valoración de la comunidad universitaria sobre las medidas de atención y prevención


Rosa VALLS CAROL, Luis TORREGO EGIDO, Pilar COLÁS BRAVO y Laura RUIZ EUGENIO


Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 64 (23,1) (2009), 41-57 (ISSN 0213-8646)



Resumen


Las aportaciones de este artículo forman parte de los resultados del proyecto I+D Violencia de Género en las universidades españolas. Partiendo de la valoración de la comunidad universitaria en torno a la conveniencia de implementar medidas de prevención y atención a la violencia de género en las universidades españolas, se expone cómo no se está dando respuesta ante las situaciones de violencia de género que se producen y se valora que las medidas de prevención y atención de la violencia de género que se desarrollan en las universidades de más prestigio internacional son adecuadas para su implementación en universidades españolas.


Palabras clave: Prevención de la violencia de género, Universidad, Formación del profesorado.



Gender violence prevention at the universities: assessment of the university community about attention to prevention measures


Abstract


The contributions of this paper are part of the results of the research project Gender Violence at Spanish universities. Starting from the assessment of the university community on the convenience of implementing attention to preventive measures against gender violence in Spanish universities, this paper shows that these universities are not providing answers to situations of gender violence. It is argued that the prevention and attention to measures against gender violence developed in international prestigious universities are suitable for their implementation in Spanish universities.


Keywords: Gender violence prevention, University, Teacher training



1. Introducción


El fenómeno de la violencia de género no es ajeno al contexto de las facultades y los centros donde se está formando el futuro profesorado. La violencia de género es una problemática social que afecta a mujeres de diferentes edades, clases sociales, culturas o niveles académicos y supera los estereotipos respecto a quiénes la sufren, por qué y dónde se produce. Los datos de muy diversas investigaciones internacionales indican que también es un fenómeno que se da en el ámbito universitario y existen ya numerosas iniciativas y experiencias en muchas universidades del mundo que implementan medidas para prevenir y evitar situaciones de violencia de género en el contexto universitario (VALLS et al., 2007).


Es preciso que tanto en las instituciones donde se van a formar los futuros y futuras profesionales de la educación, así como en la sociedad en general, se haga realidad un ambiente de tolerancia cero hacia cualquier manifestación de violencia de género.


El presente artículo parte del proyecto Violencia de género en las universidades españolas (2005-2008), financiado por el Instituto de la Mujer en el marco del Plan Nacional I+D (2004-2007) y dirigido por Rosa Valls, de la Universidad de Barcelona. En esta investigación ha participado profesorado de diferentes áreas de conocimiento, en gran parte docentes e investigadores/as de facultades y centros donde se imparte formación del profesorado de seis universidades españolas (Universidad de Barcelona, Universidad Jaume I de Castellón, Universidad de Murcia, Universidad del País Vasco, Universidad de Sevilla y Universidad de Valladolid).


Esta investigación supone una ruptura del silencio en torno a la violencia de género en nuestras universidades. La existencia de la violencia de género en las universidades hace décadas que se investiga en otros países como Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido. Este proyecto I+D es la primera investigación en las universidades españolas que se centra en esta temática, conjuntamente con otra investigación financiada por la Generalitat de Catalunya que partió del contexto de las universidades catalanas, también dirigida por Rosa Valls (VALLS, 2005-2006).


La finalidad de esta investigación es analizar la existencia de violencia de género en las universidades españolas e identificar medidas que puedan contribuir a superarla. Para ello, primero se ha realizado un análisis de las investigaciones que a nivel internacional han estudiado el fenómeno de la violencia de género en el contexto universitario. De estas investigaciones, se ha puesto un interés especial en aquellas que han implementado cuestionarios como herramienta de recogida de la información, para extraer aquellos indicadores aplicables a un cuestionario en el contexto de nuestras universidades. En el apartado segundo del presente artículo se muestra una síntesis del estado de la cuestión de las investigaciones internacionales. Por otro lado, se ha elaborado un inventario de medidas y recursos contra la violencia de género que se desarrollan en las 20 universidades de más prestigio internacional. Posteriormente, se ha recogido la valoración de nuestra comunidad universitaria en torno a estas medidas. Así se han desarrollado entrevistas en profundidad con profesorado y Personal de Administración y Servicios (en adelante PAS) y relatos comunicativos de vida cotidiana con estudiantado de las seis universidades participantes.


La aportación del presente artículo se centrará principalmente en una exposición de algunos de los resultados más significativos de lo que profesorado, PAS y estudiantado han aportado en su valoración y percepción de las medidas de atención y prevención de la violencia de género que se implementan en universidades de prestigio internacional y la conveniencia para aplicarse en las universidades españolas. Se recoge en el apartado tercero y en las conclusiones del artículo.



2. Algunos datos sobre violencia de género en las universidades


El país pionero en llevar a cabo investigaciones sobre la violencia de género en las universidades ha sido Estado Unidos. En este país se trata de un tema ya público y estudiado en multitud de contextos universitarios con la finalidad de implementar programas de prevención y superación de la violencia de género en las universidades y sus campus. También tenemos otros ejemplos de investigaciones llevadas a cabo en Francia y Canadá, así como muy recientemente la investigación que se desarrolló durante el año 2006 en las universidades catalanas (VALLS, 2005-2006).


Los resultados de la investigación que se llevó a cabo en Cataluña indican que una dificultad para la eliminación de la violencia de género es que el estudiantado no identifica algunas de las situaciones que las investigaciones internacionales definen como violencia de género. Al preguntar en la encuesta a estudiantes mujeres si conocían alguna situación de violencia de género que haya sucedido en la universidad o entre personas del ámbito universitario, el 14% respondió afirmativamente. Pero este dato no recoge toda la realidad, ya que cuando se les preguntó sobre situaciones concretas que a nivel internacional se consideran violencia de género –agresiones físicas; violencia psicológica; agresión sexual; presiones para mantener relaciones afectivo-sexuales; besos y/o caricias sin consentimiento; sentirse incómoda o tener miedo por comentarios, miradas, correos electrónicos, notas, llamadas telefónicas, persecución o vigilancia; difusión de rumores sobre su vida sexual; comentarios sexistas sobre la capacidad intelectual de las mujeres o su papel en la sociedad o comentarios con connotaciones sexuales que las degradan o las humillan– un 44% de las mujeres encuestadas afirmaban haber sufrido o conocer al menos una de estas situaciones en el ámbito universitario. Por lo tanto, cuando se preguntaba si habían sufrido o conocían a alguna persona que hubiera sufrido en la universidad una serie de situaciones concretas que a nivel internacional se consideran violencia de género, la cifra ya no es de un 14% sino de un 58% (VALLS et al., 2008).


En el contexto estadounidense, el trabajo de Gross et al. (2006) destaca que desde su matriculación en la universidad, el 27% de las mujeres universitarias que participaron en su estudio (903 mujeres) habían sufrido algún tipo de abuso o situación no deseada, desde besos y caricias hasta relaciones sexuales. De estas 246 mujeres entrevistadas que habían sufrido alguna situación de violencia de género, únicamente cuatro explicaron el suceso a la policía. Algunas investigaciones ponen de manifiesto que entre las causas por las que no denuncian, se encuentra el sentimiento de que la institución universitaria no se las tomará en serio o no las apoyará (HENSLEY, 2003). De esta manera, a menudo, a la falta de reconocimiento de la violencia se une la falta de denuncia.


Por otro lado, estas investigaciones también han puesto de manifiesto que los estudiantes creen que los sistemas de gobierno en las universidades no abordan adecuadamente la violencia de género en el campus y los comportamientos que la potencian. Esta percepción conduce a la apatía entre el estudiantado, y lleva a que no informen de incidentes de violencia que han sucedido en el contexto universitario. Por tanto, es necesario que las universidades empiecen a cambiar el ambiente potenciando la no tolerancia hacia ningún tipo de violencia (BRYANT y SPENCER, 2003).


Desde los movimientos feministas ya hace muchos años que se denuncia cómo en los procesos de socialización se siguen trasmitiendo valores desiguales que a lo largo de nuestra vida se traducen en la reproducción de las desigualdades de género. Es cierto que se han realizado avances, especialmente desde los sistemas educativos, pero aún quedan muchas cosas que cambiar porque la socialización no se produce sólo a través de los currículos educativos sino que inciden muchos más aspectos, como las formas de relación en el entorno familiar, las relaciones con los amigos y las amigas, los medios de comunicación, las películas, los libros, las constantes interacciones en las que tomamos parte (OLIVER y VALLS, 2004).


Dentro de las investigaciones que se centran en los procesos de socialización, una línea de investigación se ha dirigido a investigar las dinámicas asociadas a las relaciones en las que se produce violencia en las citas entre universitarios y universitarias. Charkow y Nelson (2000) analizaron una población de 178 mujeres estudiantes universitarias identificando que las relaciones en las que se producía violencia o coacción sexual en las citas respondían a esquemas de relaciones caracterizados por aspectos de dependencia y aceptación del abuso confundiéndolo con amor o con ideales tradicionales románticos. Estos autores destacaron en su investigación que el hecho de que mujeres universitarias siguieran ese esquema de relación es significativo y, por lo tanto, la intervención con programas de prevención de la violencia en las citas tendría que dirigirse a trabajar los elementos que caracterizan este tipo de relaciones no saludables. También consideran que, aunque no todas las mujeres definen estas situaciones como violencia de género, la violencia es experimentada diariamente en las universidades como una forma de perpetuación del dominio de los hombres sobre las mujeres. Es lo que se denomina continuum of violence against women, que incluye desde el acoso sexual por hombres del contexto universitario (profesorado, otros profesionales) o por iguales (entre estudiantes universitarios), la agresión sexual o física en el campus hasta el clima sexista en los debates y discusiones en las aulas (OSBORNE, 1995).


Algunas investigaciones también han querido prestar atención al impacto que las situaciones de violencia de género en la universidad tienen sobre las personas que las sufren. Bondurant (2001) señala cómo en algunas estudiantes que han sufrido situaciones de violencia de género el rendimiento académico puede disminuir o empiezan a no asistir a la universidad después del suceso. Pero no sólo tiene consecuencias en las víctimas directas sino también en aquellas personas que apoyan y se solidarizan con éstas, en ocasiones viéndose afectada tanto su carrera profesional como su vida personal (PUIGVERT, 2008).


Finalmente, muchas de las investigaciones abordan, como parte de sus resultados, orientaciones para actuaciones, programas de prevención y sensibilización y la organización de servicios de asistencias y apoyo a las víctimas que se pueden impulsar desde las universidades. Entre estas investigaciones algunas más recientes son: Gross et al., 2006; Banyard et al., 2005; Lee et al., 2005; Mahlstedt y Welsh, 2005; Williams y Hanson, 2005; Bondurant, 2001; y Hugh Potter et al., 2000.


Un ejemplo de medidas de prevención y atención de la violencia de género en universidades de prestigio internacional, son las que se llevan a cabo en la Harvard University. En esta universidad existe una oficina de atención y prevención del acoso y las agresiones sexuales, la Office of Sexual Assault Prevention and Response (OSAPR), encargada de coordinar los diferentes programas que se desarrollan en esta universidad. Algunos de los servicios que ofrece esta oficina son: información y apoyo a las estudiantes y a los estudiantes que han sufrido cualquier tipo de abuso sexual o relación violenta; asistencia para el acceso a recursos como apoyo académico, cambios de residencia y presentación de informes; acompañamiento para recibir atención médica, información y apoyo a los familiares, amigas y amigos de las víctimas; talleres educativos sobre la violencia sexual y otros temas relacionados; el SASH Advisers (Sexual assault and sexual harassment), servicio con personas que asesoran a las víctimas, con una línea telefónica abierta durante las 24 hs.; actos de reivindicación contra la violencia de género. El Sexual Harassment And Rape Prevention (SHARP), también dentro de la OSAPR, organiza y ejecuta la programación de dos semanas anuales dedicadas a la lucha contra la violencia de género en los campus universitarios. También se elaboran publicaciones e informes sobre acoso sexual en la universidad que están disponibles en Internet.



3. Percepción y valoración de la comunidad universitaria sobre las medidas de prevención y atención de la violencia de género


A continuación se presenta una síntesis de los resultados del trabajo de campo cualitativo/comunicativo del proyecto I+D Violencia de género en las universidades españolas (VALLS, 2005-2008). Esta fase de la investigación ha tenido como objetivo analizar la valoración y percepción de la comunidad universitaria sobre las medidas dirigidas a la prevención y resolución de situaciones de violencia de género en la universidad.


El trabajo de campo ha constado de entrevistas en profundidad con profesorado y PAS y relatos comunicativos de vida cotidiana con estudiantado (FLECHA et al., 2006).


Las personas que han participado en las técnicas cualitativas/comunicativas de recogida de información han sido 29 en total: 17 mujeres y 12 hombres, siendo 16 de éstos/as estudiantes, 5 miembros del PAS y 8 del profesorado de las 6 universidades participantes en la investigación.


Tanto para los guiones de las entrevistas en profundidad con profesorado y PAS como para los guiones de los relatos comunicativos de vida cotidiana con estudiantado, se ha partido de una selección de medidas de prevención y atención de la violencia de género que se llevan a cabo en universidades de prestigio internacional: una política institucional sobre acoso, medidas disciplinarias, trípticos y documentos informativos, una oficina o espacio de denuncia, personas asesoras sobre este tema, una página web donde poder realizar una denuncia, o actividades de formación en prevención de la violencia de género. Posteriormente se les ha preguntado su valoración y percepción sobre éstas y su viabilidad en las universidades españolas.


En el análisis de la percepción y valoración de las medidas por parte de estos tres colectivos hemos profundizado en dos dimensiones. Por un lado, una dimensión exclusora, constituida por aquellas percepciones del estudiantado, profesorado y PAS en torno a situaciones de violencia de género que se han producido en las que no ha habido implicación de la universidad, creándose ambientes insolidarios hacia las víctimas, o respecto a que las medidas de prevención y atención de la violencia de género en la universidad no son viables, convenientes, ni aceptadas por éstos/as. Por otro lado, una dimensión transformadora creada por aquellas percepciones y valoraciones del estudiantado, profesorado y PAS que se han referido a situaciones de violencia de género que se han resuelto con implicación de la universidad, creándose ambientes solidarios hacia la víctima, o se refieren a que las medidas de prevención y atención de la violencia de género en la universidad se consideran viables, convenientes y aceptadas.


A continuación se expone una síntesis de los resultados del análisis sobre las valoraciones de la comunidad universitaria por cada una de las medidas sobre las que se dialogó en las entrevistas y relatos.


Política institucional definida sobre acoso, abuso, agresión sexual u otro tipo de violencia de género


En las universidades de más prestigio internacional tienen una política institucional definida sobre acoso, abuso, agresión sexual u otro tipo de violencia de género, que va desde la aplicación de medidas disciplinarias hasta la creación de servicios de atención y desarrollo de actividades de prevención.


En cambio, en cuanto a las universidades españolas, la percepción del profesorado y el PAS es que hay dificultades para que pueda salir a la luz pública, que no se está dando una respuesta ante este problema como ya se ha empezado a hacer en otros ámbitos laborales como en la empresa y la administración pública. Existe una gran diferencia entre el clima de sensibilización hacia la violencia de género que se está generando en la sociedad y el de las universidades.


“Es verdad que está habiendo un cambio social considerable con este tema, entonces igual lo que tenemos que hacer es ponernos un poco al hilo del cambio social. Esto probablemente hace 20 años no se veía de ninguna manera, y ahora socialmente se está aceptando que hay un problema de violencia de género, que es un problema general, que tenemos que atajar entre todos, porque en una universidad es un contexto más donde se pueda producir, y además, yo creo que un contexto especialmente tóxico para este tema. Tóxico, digo, por lo de los espacios de poder que se mantienen, que no figuran en ningún lado, pero que ahí están…” (E10:MPR, 30, 1).


“Pues en los casos que yo he conocido, muy mal, vamos, ausencia de respuesta… ausencia de respuesta total. En algunos casos, incluso con denuncia, o al menos manifestación pública o a otras personas de que se ha sufrido esa situación, de que se ha hecho explícito el problema,… se ha diluido digamos la gravedad del asunto, se ha diluido el problema y no se ha dado ninguna respuesta positiva” (E11:HPS, 15, 1).


El estudiantado manifestaba que la falta de una política clara y definida en la universidad ante este tipo de situaciones hace que perciban que no sirve de nada realizar una denuncia formal en la universidad cuando se ha producido un caso. Normalmente, si se explica la situación se tiende a acudir a personas más cercanas.


“Y tanto, la universidad es parte de esta sociedad y está todo muy institucionalizado y burocratizado. Una queja para que llegue a ser escuchada tienes que pasar por muchos trámites, yo encuentro que la mayoría de la gente, cuando ves esto, pasa e intenta hablarlo con la gente de su alrededor más que hacer una queja formal porque se ve que no llegará a ningún lugar” (R2:M, 28, 1).


El hecho de que no existan políticas institucionales definidas en la universidad para los casos que se produzcan de violencia de género, acoso, etc., hace que se acaben aceptando, normalizando o “tolerando” estas situaciones, potenciando el silencio y el miedo a la denuncia.


“En general, en la universidad y en la sociedad, ahora se empieza a hablar de este tema, pero lleva muchos años que está latente y que nadie… que se ve como normal según qué conductas y que además forman parte ya de la cotidianidad, ¿sabes?, que no…” (R2:M, 41, 1).


“Lo que pasa en general en la sociedad es que muchos alumnos y alumnas no acudirían quizás por miedo a que el profesor pueda tomar represalias, etcétera, etcétera; a que no se les escuche o a que no se les entienda, a no saber explicar qué es lo que les pasa realmente en clase, o por qué se sienten mal” (R13:M, 33, 1).


Como contraposición de lo que sucede en las universidades españolas, la comunidad universitaria percibe la necesidad de que exista una política institucional sobre acoso que no sólo defina las medidas y los protocolos a seguir cuando se produce un caso, sino que también contribuya a establecer un clima de tolerancia cero y a romper el silencio ante cualquier situación de acoso, abuso o agresión sexual u otro tipo de violencia de género que se puede producir en la universidad. Se considera que la universidad tiene la responsabilidad de desarrollar estas medidas.


“Viable no lo sé, pero conveniente mucho. Estamos en un país en el que tampoco existe una política de tolerancia cero. Quizás allí la tengan [se refiere a Estados Unidos y otros países europeos donde las universidades tienen una política institucional definida], pero aquí no tenemos esa política a nivel de la sociedad” (E7:MPS, 21, 2).


“Bueno, supongo que poner de acuerdo a tantas personas es complicado, pero tratándose de este tema, en el que todos estamos muy sensibilizados será más fácil. Por otro lado, no sé si cambiar la política institucional es fácil, no lo creo, pero pienso que se puede hacer. Pero vamos, creo que es una obligación de la universidad el hacer algo para solucionar este problema” (E3:HPS, 19, 2).


“Es que me imagino que ya se trata de eso, ya es una situación lo bastante violenta que me imagino que retrae a la persona y, evidentemente, junto al apoyo informal que pueda tener. Si está una instancia, una autoridad legitimada es mucho mejor, es necesario” (R1:H, 31, 2).



Facilitar trípticos y documentos informativos


Tanto profesorado y PAS como estudiantado creen que sería muy positivo facilitar trípticos y documentos informativos, especialmente al estudiantado, al ser el colectivo más vulnerable, pero en general a todos los colectivos de la universidad, sobre dónde acudir si se sufre una situación de violencia de género, así como información concreta sobre qué situaciones se consideran acoso, abuso, agresión sexual o algún otro tipo de situación definida por las investigaciones internacionales como violencia de género. A su vez, este tipo de medidas contribuye a visibilizar el problema.


“Hombre, desde luego que sería conveniente, y lo sería principalmente para el estamento que tiene más indefensión, que es el alumnado. Eso está claro. Y el alumnado igual que le explicamos dónde está la biblioteca, deberíamos tener alguna forma de comunicarles dónde están ese tipo de servicios. Y al profesorado yo creo que también, sí” (E10:MPR, 24, 4).


“Esto me parece muy conveniente, pues contribuiría a arrojar luz sobre el tema, a hacer explícito que estas cosas existen, estas situaciones se dan” (E11:HPS, 29, 4).


“Por ejemplo, te ha pasado una cosa con una profesora o un profesor y no sabes exactamente qué te ha pasado o si ha sido un malentendido, o si ha sido humor que te ha hecho el profesor o la profesora… existen ciencias que estudian esto, de lo que es humor o no es humor, o de lo que es acoso y lo que no es acoso. Entonces, el encontrar tu caso particular con una información detallada de lo que es acoso y lo que no es acoso pues ayudaría a reducir la incertidumbre que produce a la persona cuando se enfrenta ante un dilema de estos. A veces existe cierta culpabilización de la víctima, a veces… y esto es lo que se tiene que evitar” (R3:H, 30-31, 4).



Que existiera una oficina o espacio de denuncia


Se valora que con la existencia de una oficina donde se pudiera denunciar se superaría el problema de no saber dónde ir si se sufre una situación de violencia de género en la universidad. La persona que sufre la situación se sentiría más apoyada al denunciar. El hecho de que se garantizara una total confidencialidad contribuiría a evitar críticas o represalias para la persona que denuncia y para quienes le apoyan. Si se consiguiera que fuera un servicio eficaz y de calidad se superaría la percepción de que no sirve de nada denunciar porque la universidad no hará nada.


“Porque las cosas tampoco están claras, de dónde tienes que ir, lo que hemos dicho antes. No tenemos claro dónde tenemos que ir. Y si hay una cosa específica pues, a lo mejor la gente denuncia más y se anima más y las cosas son más solucionables, los casos se solucionan más pronto, porque es lo que te he dicho antes, hablas, hablas y no se soluciona nada, al contrario, la que denuncia es la que queda mal. La que dice: ‘Oye, esto no sé que…’ es la que queda mal en esta santa casa. Es así, ¡eh!” (E1:MPS, 43, 6).


“Pues… evitar que los estudiantes tengan… ciertos temores, o no, ciertos remordimientos de conciencia por cosas particulares que les hayan pasado. Entonces, en general, sería aumentar el bienestar de las personas que estudian o que trabajan en la universidad. O sea, te he dicho antes que es imprescindible que exista porque, bueno, esos estudios mundiales han demostrado que existe cierta parte de los estudiantes que ha sufrido este tipo de abusos, de alguna manera. Entonces, lo veo imprescindible, ahora mismo” (R3:H, 64, 6).


Se insiste en la idea de que esta sería otra de las medidas que contribuirían a visibilizar el problema y romper el silencio en la universidad. Además sería un espacio que tendría que generar confianza a todos los colectivos. Por lo tanto, tendría que implicarse toda la comunidad universitaria, estudiantado, profesorado y personal de administración y servicios, así como entidades de fuera de la universidad. De hecho, la demanda de que sea toda la comunidad universitaria más otros colectivos e entidades los que se impliquen en el diseño, desarrollo y evaluación de las medidas es una de las aportaciones que más se han realizado tanto desde profesorado y PAS como desde el estudiantado.


“Sí, ayudaría a visibilizarlo. Tendría que ser una oficina transversal y abierta. Es decir, en la que participaran no sólo personas del staff universitario, sino personas que generaran confianza en la comunidad universitaria, tanto en estudiantes como en personal de administración y servicios, como en profesorado y a ser posible que estuviera en relación con entidades extrauniversitarias, de fuera de la universidad, externas a la universidad” (E2:HPR, 92-93, 6).


Las líneas de atención telefónica y la página web también pueden ser un espacio de denuncia complementario a la oficina, e incluso pueden ser servicios que se coordinen también desde ésta. Este tipo de medidas que pueden marcar una “distancia física”, en algunas situaciones puede facilitar la denuncia al percibirse como una vía más rápida, directa y confidencial.


“Por un lado es más fácil que la gente denuncie a través de una página web o de un teléfono porque es más impersonal, pero por otro lado, la atención personalizada que puedas tener en un centro, o en un sitio cercano, también yo creo que ayuda más. Entonces, probablemente sean servicios complementarios. A mí me gustaría poder disponer de ambos en la universidad" (E10:MPR, 44, 6).



Actividades de formación en prevención de la violencia de género


Tanto profesorado y PAS como estudiantado han realizado muchas aportaciones relacionadas con el desarrollo de actividades de formación, prevención y sensibilización. Algunas de estas propuestas se dirigen a priorizar que se impulsen actividades de prevención que trabajen en la identificación de las situaciones de violencia de género, desmitificando aquellas que se normalizan y no se viven como tales. Medidas de prevención y sensibilización que partan de visibilizar ese tipo de situaciones ante las que se ha de romper un ambiente de permisividad, normalización y silencio.


“Pues eso me parece fenomenal, de hecho me parece que puede ser una de las formas de hacer explícita una realidad que, como decíamos al principio, se queda como velada. Es decir, afrontarlo directamente haciendo jornadas de difusión y formación sería abordar directamente el tema, ponerlo a la luz” (E11:HPS, 44, 12).


“Yo creo que lo importante es, por una parte, informar o formar, no se cuál sería la palabra mejor. Yo lo que quiero decir es que hay que ayudar a la gente a identificar las situaciones de violencia, y eso no sé si sería información o formación. Hay muchas veces que yo, como mujer, y me imagino que a ti te habrá pasado lo mismo, que hay situaciones que después ves que han sido de violencia. Tendría que haber algo para informar y formar. Por una parte informar, y otras medidas paliativas de ayuda, que pueden intervenir agentes de la universidad o de fuera de la universidad, iguales, profesorado, otros agentes…” (E6:MPR, 1, 12).


Se propone, tal como se ha realizado en campañas de sensibilización en universidades de prestigio internacional, incidir en la sensibilización hacia la solidaridad con las víctimas y no mostrarse indiferente ante una situación de violencia de género.


“Por tanto, lo previo, o lo que habría que hacer al mismo tiempo es generar esa sensibilización, esa información, esa conciencia de que ante una situación de violencia pues, hay que hacer algo, no hay que darse la vuelta” (E2:HPR, 117, 12).


Una de las propuestas que más apoyo ha tenido tanto de profesorado como de estudiantado es aprovechar que se están elaborando los nuevos grados para introducir asignaturas obligatorias en las carreras universitarias que formen en la detección precoz y la prevención de la violencia de género, tal como marca la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género y el Plan Nacional de Sensibilización y Prevención de la Violencia de Género (2006), reconociendo la educación como herramienta clave para la prevención y erradicación de este problema social.


“Introducir materias académicas que aborden estas cuestiones, que las expliquen y que las trabajen y, por tanto, que sea un tema también presente en los curriculums de los estudiantes y, por ende, también en el contenido docente” (E2:HPR, 81, 12).


“Creo que sí, porque sobre todo formar de manera educativa ¿no? A… a los alumnos para la prevención de la violencia de género sería como una materia más que deberían de poner, porque la mayoría de las personas lo tomamos como… como una broma, no es una broma… pero en realidad se convierte en una violencia” (R5:M, 50, 12).


“Me refiero, no sé, a cursos, seminarios, cualquier contenido temático dentro de una asignatura valdría para conocer la situación. Es decir, creo que la gente debería saber, y lo debería saber en el contenido de numerosas asignaturas de carreras muy variadas, qué es la violencia de género y por qué se ponen en marcha medidas sobre ella. Así estas medidas aparecerían no sólo justificadas, sino comprendidas” (R14:H, 40, 12).


Conclusiones


• Se percibe que las universidades españolas no están dando respuesta ante las situaciones de violencia de género que se producen.


Donde se han recogido más argumentos exclusores tanto de profesorado y PAS como de estudiantado es en relación con la percepción de que existe poca implicación por parte de la institución universitaria cuando se produce una situación de violencia de género. No existe una política institucional definida para hacer frente a esta problemática, que en otros ámbitos laborales o educativos como la administración pública, empresas y centros de primaria, ya se están desarrollando. Algunas barreras percibidas a que se cree este tipo de políticas por parte de las universidades es el no reconocimiento de que se dan situaciones de violencia de género en la universidad. Este no reconocimiento fortalece el mantenimiento del silencio y la ocultación cuando se produce algún caso. De esta manera, por parte de la institución se acaba generando un clima de permisividad e impunidad para aquellas personas que utilizan su situación de poder para ejercer algún tipo de violencia de género.


El estudiantado insiste en la percepción de que no sirve de nada denunciar una situación que se haya producido porque el problema se acaba silenciando y “olvidando” entre las instancias institucionales o los núcleos de poder más cercanos. También manifiestan que algunas personas sienten miedo y no acuden a la universidad para explicar una situación sufrida por temor a no ser apoyadas o por posibles represalias tanto para la persona que sufre la situación como para las personas que las apoyan.


• Se percibe y se valora que las medidas de prevención y atención de la violencia de género que se desarrollan en las universidades de más prestigio internacional son adecuadas para su implementación en universidades españolas.


La gran mayoría de las aportaciones transformadoras de profesorado, PAS y estudiantado son valoraciones y percepciones en relación a que las medidas de prevención y atención de la violencia de género que se implementan en las universidades de más prestigio internacional se consideran viables y convenientes para las universidades españolas.


Ante el alto grado de aceptación de estas medidas por parte de la comunidad universitaria se han recogido multitud de aportaciones que las potenciaban, insistiendo en aspectos fundamentales a tener en cuenta para que respondan realmente a las necesidades de todos los colectivos. Así, uno de los factores en los que más se ha insistido es que se cuente con toda la comunidad universitaria (profesorado, PAS y estudiantado) y hasta con entidades y colectivos de la comunidad en general para el diseño, desarrollo y evaluación de estas medidas.


Se ha insistido también en la importancia que tiene desarrollar tanto medidas eficaces de atención y resolución de situaciones que ya se han producido (por ejemplo, oficinas donde se asesore y se puedan realizar denuncias, etc.) como medidas de formación y prevención que prioricen la identificación de situaciones de acoso, abuso y agresión sexual y otras situaciones de violencia de género, que creen ambientes de tolerancia cero y de solidaridad hacia las personas que las han sufrido y quienes les apoyan.


Algunas de las personas que han participado en las entrevistas o los relatos del trabajo de campo, entre ellos/as profesorado y estudiantado de Formación del Profesorado, nos han manifestado que antes de conocer esta investigación no se hubieran planteado como violencia de género muchas de las situaciones que conocían o habían vivido en la universidad y que el simple hecho de participar les había permitido identificarlas como tal. También manifestaban que a partir de ese momento han estado más pendientes ante otras posibles situaciones. Expresaban también que si sólo participar en una actividad concreta de la investigación les había generado una profunda reflexión ante el tema, veían que lo que se podría hacer a través de actividades de formación, prevención y sensibilización sería realmente transformador.


Queda aún mucho camino que recorrer no sólo en nuestras universidades sino en la sociedad en general en cuanto a la superación del problema de la violencia de género. Como docentes e investigadores/as relacionados con la formación inicial del profesorado tenemos una gran responsabilidad en que los futuros/as educadores/as sean capaces de dar respuestas a los múltiples retos de una sociedad en constante cambio; y específicamente que sean capaces de educar en prevención de la violencia de género ante la problemática que este tema representa en la actualidad.


Puigvert (2008-2011), en otra de las investigaciones I+D que se está desarrollando y que analiza la incidencia de la Ley Integral Contra la Violencia de Género en la formación inicial del profesorado, plantea que el profesorado de los centros educativos es una figura clave para la prevención y la detección precoz de la violencia de género en el ámbito familiar. Pero hay que tener presente que tanto el alumnado que se convierte en el profesorado del futuro, como los/as docentes de Formación del Profesorado, somos personas que nos hemos socializado en estas mismas sociedades donde coexisten diferentes modelos de masculinidad, algunos de los cuales están asociados a valores que se pueden encontrar en las bases de actitudes de violencia de género.


Puesto que todos y todas estamos expuestos a estos valores es necesario crear espacios para poder identificarlos, reflexionar sobre sus efectos y definir mecanismos de prevención y nuevas formas de socialización que los superen por otros valores igualitarios. Ahora tenemos no sólo la responsabilidad sino la necesidad y la obligación de hacerlo realidad en nuestras facultades y centros de formación del profesorado, tal y como se establece en la Ley Integral Contra la Violencia de Género.



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FUENTE: http://aufop.blogspot.com/2010/09/prevencion-de-la-violencia-de-genero-en.html